sábado, 26 de abril de 2014

La dama y el viento (Chus Feteira) Para mí... "A Zulema"


Gracias mamá, por todo, por éste poema precioso, por inculcarme desde tan pequeña el amor por la buena música, los libros, la pluma, los colores, olores, valores y todo aquello que desprenda arte.
Por dedicarme tu tiempo y por no dedicármelo, ayudándome a saber vivir conmigo misma y desarrollar mis inquietudes y hobbies.
Por hacerme sentir orgullosa de mi infancia, con sus pros y sus contras, porque me han ayudado a ser quien soy, y con mis más y mis menos me acepto y me gusta mi persona.
Por mis hermanos, a los que adoro, aunque seamos tan diferentes los tres y tan iguales a la vez.
Por confiar en mí siempre. Por nuestros momentos a solas, que aún sin hablar simplemente nos sentimos cerca, porque la "soledad" e "individualidad" que me caracteriza la aprendí de ti.
Por todo lo vivido y lo que nos queda por vivir (que espero que sean muchísimos años). Gracias.

 
 
La dama y el viento

Cuéntame un cuento, mamá. Uno de esos que tú escribes
y, si es posible, mamá, que sea de los que rimen.
- Yo te lo voy a contar, aceitunera bonita,
lo que una noche pasóle a una sencilla damita.

I
 
Vila sentada en un banco, entre jardines de nubes,
pendíanle de su lazo, caracolillos azules.
Era la dama atrevida y en voz alta se expresaba;
osó preguntarle al viento que si estaba enamorada.
Contestóle con suspiros (ese viento que cuando le hablan, habla)
que, a pesar de sus pesares, hace mucho que lo estaba.
Enamorada de qué -quiso saber- ¿De su cara?
¿En qué momento del día? ¿Cuándo no quise besarla?
Necesito de sus ojos, de sus labios, de su calma;
pero más que todo eso, mucho más, necesito sus palabras
que rodean de silencio mis hortensias, secas en un jarrón de plata.
Corren presentes veloces, van incendiando miradas,
estallando en amapolas sus momentos,
con los míos, por cunetas dibujadas,
minaítas de colores pa´mis ojos,
verdes, azules y malvas.
Embelesada...enamorada...cautiva...
Silbaba con mimo el viento;
mas, eso irritó a la dama, que enajenada decía:
-¿De qué estoy atrapada? Lo pienso, mas, no lo encuentro;
Me hallo ante puertas cerradas- Preguntad, viento, a los ojos
por qué brillan y no hablan.
 
II
 
Todo pasaba en la noche, en esas noches calladas,
donde un rasguño de luna iluminaba su cara.
Los ojos languidecían. Pesadumbres apuntaban.
Sus labios, tiernos rosales, ansiaban esperanzas
que entre sollozos decían:
El ficus no me contesta
a un geranio dejé helado,
las palmeras, a lo loco,
van agitando sus brazos,
parecen impacientarse
de mi actual estado.
Y un limonero pequeño,
que no hace mucho han podado,
regala toda su esencia
a este torpe y pobre olfato.
Mecida voy entre aromas
a un incienso acostumbrado.
Volvió su cara la luna. Quiso admirar a la dama,
tendida sobre una alfombra, su cabello acariciaba.
Pedíale a los recuerdos que al pasado la llevaran.
 
III
 
Fue valiente la damita y al ayer los devolvió,
tornaban por un gran túnel, mitad sombra, mitad sol.
Más durmióse damisela, cautiva de un ciprés
y un paje de gran plumaje puso un jazmin a sus pies.
Volvióse malva la noche, de pálidos resplandores
y un sueño despampanante la vistió de mil colores.
Presentóse, ante la dama, un recuerdo del pasado
y, poco a poco, con tiento, así le fue preguntando:
-¿Solucionamos nosotros el principio de este indago?
-Enseñadme vuestro don- Díjole al que había hablado.
Largos son sus finos dedos y nácar sus anchas manos.
Desunen con lentitud la concha que él ha formado.
Verdes se quedan mis ojos, al ver el verde encerrado,
hilvanado de espumas sus orillas.
¡Puntillas de Camariñas, con diamantes pingando!
-Gracias por traerme el mar. Vos, recuerdo no olvidado.
Mecida voy entre aromas, con el viento de la mano.
 
Arropado de silecio, vi acercársele otro hermano;
solos se abrieron los ojos ante un blanco iluminado.
Trajo de aquellas lagunas su ser de nieve formado.
-Aquí teneis, Majestad, este presente lejano.
-Mil gracias os doy, señor, por este rayo encontrado.
No es que lo hubiese perdido, es que él no había pasado.
 
IV
 
Pudieron ver maravillas
unos ojos deslumbrados.
Todo postrado ante mí
creaba un gran escenario.
No quiso irse la nieve,
la luna quieta a su lado;
el mar volvióse de plata
y las nubes finos aros.
Sobre una alfombra de nardos
mi dama estaba soñando.
-Despierta- díjele yo,
ponte lentes de contacto.
Sorprendida de mi rostro
sus gafas fue colocando.
-Dígame buen vagabundo,
si estoy despierta o soñando
¿o es esto lo que veo
verdad en perenne estado?
-Así es, pequeña dama.
Lo que ves nunca ha fallado.
Distingue bien en la vida
que es, o no es, teatro... 
 
Chus Feteira
 

 

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